Al contemplarme en los paisajes marinos de Antonio Villarroel Bastardo me percibo desde el eros de la pintura. En sus playas coloradas las
nubes son espuma y explosión. El mar es tierra azul; salpicaduras
malvas; manchas cetrinas in crescendo. El sol -cuando hay sol- es un
fósil naranja o un arrebato.
El
artista nos extiende un trampolín para zambullirnos en lo primario. Los
cuadros de Antonio no huelen a mar o a pintura, sino a plastilina. El
uso de esta materia hacedora, junto con el creyón, confiere a los
playones una presencia jocosa, lúdica, vinculada a su carácter escolar y
a las memorias que derivan de esa singular etapa en nuestras vidas.
Asimismo, sus lienzos no son de tela de lino, de cáñamo o algodón; son
tablas de MDF, un aglomerado de fibras de madera aglutinadas con resinas
sintéticas. La levedad y versatilidad del MDF brindan un soporte
adecuado para la ejecución y exhibición de las obras, operando a la vez
como ilusiones conceptuales del formato pictórico convencional.
Cada Playa Colorada amplía el horizonte del horizonte. Tal es el caso de los Trípticos y de la Playa Infinita,
donde el mar se funde (y confunde) con los límites del cuadro,
desplegando un espacio sensorial que nos conduce a los albores de
nuestra percepción; saturando el espacio de la mirada con vívidas
oleadas de color; e invitándonos a explorar juguetonamente las riberas
del acto creador.
Yucef Merhi
Plastilina, tiza y pintura sobre MDF.
Tríptico. Dimensiones variables
Fotografía: Antonio Villarroel
Playa Infinita, 2008.
Plastilina, tiza y pintura sobre MDF.
Tríptico. Dimensiones variables
Fotografía: Antonio Villarroel
Playa Infinita, 2008.
Plastilina, tiza y pintura sobre MDF.
30 x 70 cm.
Fotografía: Antonio Villarroel
Nocturno, 2008.
Plastilina y pintura sobre MDF.
40 x 50 cm.
Fotografía: Antonio Villarroel
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